El vídeoMartes 28 de febrero.
Con los niños ya nada sale según la idea que llevo en el bolsillo mientras subo la escalera hacia la clase de la peque.
No acierto ni una, ni con la merienda ni con nada, da igual que lleve una cosa u otra, nada les apetece. Me digo contenta que este año, ¡por fin comen lo que les ponen!
– ¿Qué os han dado de comer? – Pregunta ritual que todos los días les hago, mientras abro la mochila de la merienda sobre la que no muestran el menor interés. Antes se peleaban por abrirla.
– Badbancitos dice Genoveva, muy dicos.
– Mateo, ¿te los has comido? Parece que no tienes hambre.
– ¡Ni uno! Dice satisfecho y me mira retador. Seguro que el pobre ha debido de hacer malabares con los odiados garbancitos.
– ¿Yyyyyy? ¿Cómo es que no tienes hambre?
– Me he comido dos de tortilla de patata y el postre.
Se me hace un engrudo en la garganta solo de pensarlo.
Pero me he propuesto gestionar mi silencio de forma más eficaz como dice mi psicóloga… y opto por callarme sin más. Mateo en momentos así me adora. Que le escuche y no le replique le resulta fascinante. Así que guardo la mochila.
Para comprobar que no tienen hambre les llevo al kiosko de al lado.
– ¿Qué queréis tomar?
– Cromos
– ¡Cromos, siiii queremos cromos!
Me saca de quicio que para un día que les llevo al kiosko esté lleno de gente y nos tengamos que poner a la cola. Tampoco en ésto coincido con ellos.
– ¡Lo mejor es estar aquí, en la cola, pensando despacio qué comprar! – dice Mateo.
– Cuánto me alegro que tengas paciencia hijo! Y que tu abuelo esté tranquilamente leyendo en el coche mientras está en doble fila, esperándonos.
Cuando llegamos todos nos desperdigamos por la casa, Genoveva me pide mi móvil y se lo dejo pensando que necesitaré un par de minutos para probar una cortina que traía.
En algún minuto más me voy a su cuarto:
– ¿Jugamos a algo? Le pregunto
– Vale, quédate ahí, me dice señalando su cuarto, y ¡adrégalo todo! Me cierra la puerta y se va.
– Yaaaa! – grito yo al poco
– Mal, mal, muy mal… y eso? Y eso oto por el suelo? – Vuelve a sacar ésa voz desconocida.
– No me gusta jugar a esto…
– Bueno pues jugamos a la petanca… y así lo hicimos, con las normas que el abuelo intentó enseñarnos inútilmente, durante media hora.
– Mateo perdido con el IPad. Me siento culpable, tengo que inventar juegos para todos…
Ya en mi casa repasé mentalmente juegos de mesa que puedan compartir, tampoco es cuestión de que nos pasemos todas las tardes deambulando por las calles por evitar el IPad y la TV… digo yo!
De pronto trasteando con el móvil descubro una grabación que ha hecho ésta misma tarde Genoveva… ¿pero cuando? Si al que descuidé fue a Mateo…
Vi el vídeo cuatro veces sin comprender nada.
Es como Amenábar en “Los Otros”.
La película enfoca dos o tres imágenes de muñecos y se queda en negro…
Y ahora viene lo mejor… se oye nítidamente un ruido de fondo entre respiración – gemido – sobrecogedores rugidos…
¡Se me ponen los pelos de punta! Y corto. Palpitaciones. Respiro, respiro, respiro.
Enciendo otra vez y superada la escena en negro la imagen rota a cámara lenta por toda la habitación 360 grados. Pero no es la alegre habitación que ella tiene, son imágenes borrosas, como de pesadilla, con una especie de veladura rosa, que supongo serán sus deditos que tapan parcialmente el objetivo. Unas tomas de auténtico terror.
Se me encoge el corazón y pienso preocupada si ella habrá visto su obra de arte…
Y a todo esto, ¿cuando ha grabado esto? ¿En los cinco minutos en que yo probaba las putas cortinas?